Cuando ves que el móvil ya no es solo una herramienta, sino casi una extensión de su mano.
Cuando las horas pasan entre pantallas, y cualquier intento de límite se convierte en discusión o en indiferencia.
Cuando el mundo real parece interesarle menos que el mundo de las notificaciones, los chats o los juegos online.

Es fácil empezar a sentir que algo esencial se está perdiendo:
el tiempo compartido, la atención plena, las pequeñas conversaciones cotidianas.

Intentas hablar.
Intentas marcar límites, negociar tiempos, proponer alternativas.
Pero cada intento parece levantar un muro más alto de resistencia, evasión o desconexión.

No llegas aquí porque no hayas puesto normas.
No llegas aquí porque no te importe.
Llegas porque sabes que el problema no es solo el móvil o las redes:
es el lugar que están ocupando en su forma de vivir y de relacionarse.

Y no quieres resignarte a verlo perderse detrás de una pantalla.

Cuando la pantalla se convierte en refugio

Al principio parecía algo normal:
un rato de videojuegos, un poco de redes, un modo de desconectar tras el estudio o el día a día.

Pero poco a poco, el uso del móvil, de las redes o de los juegos ha ido ganando más espacio.
Ya no es solo entretenimiento:
es evasión, refugio, desconexión del mundo real.

El tiempo con el móvil ocupa las comidas, los ratos en familia, incluso las noches.
Las conversaciones se vuelven más cortas.
Los intereses fuera de la pantalla se reducen.
Las reacciones a cualquier límite o sugerencia se vuelven defensivas o indiferentes.

Puede que aún cumpla con sus obligaciones mínimas.
Puede que no.
Pero en ambos casos, el problema no es solo de horas de pantalla:
es de qué lugar ocupan esas pantallas en su forma de estar en la vida.

Y tú te debates entre prohibir, limitar o ceder para evitar conflictos.
Entre controlar más o esperar a que «madure solo».

No es falta de normas.
No es falta de cariño.
Es que cuando alguien empieza a vivir más hacia dentro de una pantalla que hacia fuera en su vida real,
algo esencial empieza a apagarse.

No tienes que arrancarle el móvil ni rendirte a la pantalla

Cuando ves que la pantalla ocupa cada vez más espacio en su vida, la tentación es prohibir, castigar, cortar de raíz.
O, al otro extremo, resignarte a que «todos los jóvenes son así» y esperar a que pase con el tiempo.

Pero hay otra forma de actuar.

Una forma que no necesita prohibir para recuperar el vínculo.
Y que tampoco se resigna a perderlo detrás de una pantalla.

No se trata de luchar contra el móvil, las redes o los juegos.
Se trata de reconstruir algo más fuerte fuera de ellos.

Ese cambio no empieza en la imposición de horarios o en la vigilancia constante.
Empieza en reabrir espacios reales de sentido, de contacto, de vida compartida.
Espacios donde no haya que competir contra una pantalla para ser parte de su mundo.

No es rápido.
No es automático.
Pero es posible.

Y si aprendes a moverte tú también de otra manera, él o ella puede empezar a moverse hacia fuera, no sólo hacia dentro.

Quién está detrás de este espacio

Me llamo Eugenio, y llevo años ayudando a padres y madres que, como tú, han visto cómo su hijo o hija se alejaba poco a poco detrás de una pantalla.

No vengo a dar pautas para prohibir móviles ni a imponer dietas de pantallas por obligación.
Tampoco a resignarme a que esta forma de vivir sea inevitable.

Sé lo que es intentar recuperar a alguien que parece vivir más en las notificaciones que en el momento presente.
Sé lo que es buscar el equilibrio entre proteger y permitir, entre marcar límites y abrir espacios reales de vida.

Trabajo desde una idea sencilla y exigente:
ayudar a reconstruir el impulso de vivir hacia fuera, de relacionarse de verdad, de recuperar dirección y sentido más allá de las pantallas.

No lo hago a base de reglas impuestas ni de discursos sobre los peligros de internet.
Trabajo desde la relación real: desde la presencia, desde el respeto, desde la firmeza que sostiene sin aplastar.

No estoy aquí para controlar pantallas.
Estoy aquí para ayudarte a recuperar lo que de verdad importa: su capacidad de estar presente en su propia vida.

Qué hago aquí (y qué no hago)

No trabajo para imponer normas externas que no construyen sentido.
No busco que tu hijo o hija abandone las pantallas a base de prohibiciones.
Tampoco trabajo para que viva desconectado de un mundo que forma parte de su generación.

Mi trabajo es otro:
ayudarle a recuperar su capacidad de estar presente en su vida real,
sin necesidad de refugiarse constantemente en una pantalla.

Esto no se consigue quitándole el móvil de las manos.
Ni dejándole atrapado sin límites en el mundo virtual.

Se construye cuando empieza a experimentar que fuera de las pantallas también hay algo que merece la pena vivir.
Cuando descubre que su tiempo, su atención y su energía tienen un valor real, no negociable.

Trabajo contigo también:
→ Para que puedas sostener los límites necesarios sin entrar en luchas de poder inútiles.
→ Para que puedas ofrecer espacios de conexión real, no de control disfrazado de interés.
→ Para que puedas actuar con firmeza y respeto, sin caer en la prohibición ciega ni en la permisividad resignada.

No te ofrezco control sobre sus pantallas.
Te ofrezco un proceso real para recuperar su dirección, su impulso y su presencia.
Paso a paso. Sin adornos.

Qué implica de verdad el cambio

Recuperar el equilibrio frente al uso del móvil, las redes o los videojuegos no se trata de eliminar pantallas, ni de aplicar normas perfectas.
Tampoco se trata de convertirlo en una lucha diaria por el control.

El cambio real empieza cuando tu hijo o hija empieza a entender por qué se refugia ahí,
qué evita, qué le calma, qué le atrapa.
Y empieza a descubrir que hay otra forma de sostener lo que siente sin tener que evadirse todo el tiempo.

Esto no sucede en una semana.
No sucede con una tabla de horarios ni con una desconexión temporal.

Implica conversaciones incómodas.
Implica resistencias, retrocesos, tensiones.
Implica sostener el proceso sin hacer del móvil un enemigo ni del control una bandera.

El cambio no se mide en cuántas horas pasa sin pantalla.
Se mide en si empieza a elegir cuándo conectarse y cuándo no.
En si empieza a recuperar momentos reales con otros, consigo mismo, con su vida.

Más que prohibir pantallas, trabajamos para que recupere su capacidad de vivir conectado consigo mismo, con los demás y con lo que de verdad importa.

Es un proceso serio.
Pero es posible.

Qué puedes esperar si decides dar el paso

No puedo prometerte que tu hijo dejará de usar pantallas de un día para otro.
No puedo garantizarte que cada límite será aceptado sin resistencia.

Lo que sí puedo ofrecerte es esto:

Claridad para entender mejor qué papel juegan las pantallas en su vida ahora mismo, más allá del tiempo de uso.
Herramientas reales para sostener límites firmes sin entrar en batallas que desgastan y separan.
Un espacio firme donde pueda empezar a recuperar su impulso de vivir hacia fuera, de conectar, de construir algo más allá del mundo virtual.

Aquí no vas a encontrar programas de desconexión radical ni técnicas para controlar el móvil.
Vas a encontrar un proceso serio, que respeta su ritmo y su necesidad de reconstruir dirección real.

No se trata de quitarle pantallas.
Se trata de que vuelva a estar presente en su propia vida.

Y si decides dar ese primer paso, también tendrás un lugar desde donde sostener tu movimiento como padre o madre mientras él o ella reconstruye el suyo.

Antes de dar el primer paso, saber dónde pisas

Tomar una decisión ya es un esfuerzo.
Y cuando se trata de algo importante —como empezar un proceso emocional—
también importa saber con qué cuentas, cómo será, qué puedes esperar.

Prefiero explicarlo desde el principio, con claridad.
Porque lo que propongo no es una sesión suelta,
es el inicio de un camino que merece ser tratado con honestidad.

La primera sesión cuesta 60 € y dura una hora y media.
Es tiempo necesario. No se puede hacer en menos.
No creo en empezar algo importante con prisas.

A partir de ahí, cada sesión cuesta 45 € y dura una hora.
Lo suficiente para que esto sea sostenible para mí
y también accesible para quien de verdad quiere avanzar.

No hay paquetes cerrados.
No hay compromisos a largo plazo.
No trabajo con descuentos ni ofertas especiales.

Avanzamos paso a paso,
respetando el ritmo de tu hijo, el tuyo,
y lo que vaya pidiendo el proceso.

Dónde puedes encontrarme en Colmenar Viejo

Dirección: Calle de las Higueras, 6. 28770. Colmenar Viejo. Madrid.

Trabajo en Colmenar Viejo, en mi casa, un espacio sencillo y tranquilo.
Un lugar pensado para que las conversaciones importantes puedan darse sin prisa y sin ruido.

No es una consulta fría.
No es un despacho donde pasar el rato.
Es un espacio real, parte de mi vida diaria, donde trabajamos en serio lo que importa.

Aquí no seguimos protocolos vacíos.
Aquí nos sentamos, escuchamos, miramos lo que duele, y buscamos juntos cómo volver a moverse.

Cuando ves que tu esfuerzo ya no basta, es momento de actuar distinto.

No necesitas tener todas las respuestas para dar un primer paso.
No necesitas esperar a que la situación sea insostenible.

A veces, basta con decidir que merece la pena actuar de otra manera.
Que el respeto, la responsabilidad y el valor de moverse siguen valiendo más que el miedo, la rabia o la resignación.

Si crees que ha llegado ese momento, aquí tienes un lugar donde empezar a construirlo.

Sin prisa.
Sin adornos.
Pero con toda la seriedad que merece sostener el movimiento que todavía es posible.

Si quieres, puedes escribirme o llamarme directamente:

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