Tengo 57 años. Nací en 1968. Soy padre de dos hijos.

No soy psicólogo. No soy terapeuta. No soy un «acompañante emocional».

Trabajo desde la experiencia, desde la vida vivida, desde el respeto absoluto a lo que cada joven puede llegar a ser si encuentra un espacio donde se le rete con sentido, no con imposiciones ni concesiones.

Utilizo herramientas de psicología, de coaching y de design thinking, pero lo que más peso tiene en mi trabajo no son los métodos. Es el poso. La mirada que solo dan los años, los errores cometidos, las victorias que no se gritan, la paciencia que se aprende perdiendo.

Creo firmemente que un joven necesita más que teoría. Necesita una relación donde se le vea, se le rete y se le sostenga sin adornos.

No intento caer bien. No busco ser su colega.
Tampoco soy un muro frío.
Soy una presencia cercana y segura: alguien que no se descompone, que sostiene la calma incluso cuando todo alrededor parece tambalearse.

Sé que hay momentos en los que dejar de buscar culpables y empezar a construir es lo único que abre una salida.

Mi forma de trabajar

Cuando un joven llega, no me obsesiono con el «por qué» de lo que le pasa. Me importa mucho más: «¿qué hacemos ahora?».

Confío en quien tengo delante, aunque a veces ni él mismo lo vea.
Trabajo desde la cercanía, desde la seguridad tranquila, desde el respeto real a su capacidad de salir adelante.

No compro excusas, pero no desde la dureza: desde el ánimo de empujarle a descubrir de qué es capaz.
No reparto etiquetas, ni creo en diagnósticos que cierran caminos.
No ofrezco recetas rápidas. Ofrezco apoyo firme y desafío claro.

Mi forma de estar es directa, pero siempre al servicio de que el joven recupere el control sobre su vida.
Ni adornar, ni imponer.
Rodearlo de la certeza de que puede moverse, aunque ahora mismo dude de sí mismo.

Porque he visto muchas veces que, incluso en los momentos más difíciles, si alguien te mira creyendo en ti, algo dentro empieza a moverse.

Trabajo en dos espacios que no se parecen a una consulta.
En Colmenar Viejo, las sesiones son en mi casa.
En Hortaleza, en un piso pequeño donde todo cabe justo.
No hay despacho perfecto.
Solo un lugar real donde sentarse, mirar de frente, y empezar a decir lo que nunca se dijo.

Lo que me sostiene

Ser padre ha cambiado mi forma de estar en el mundo. No hablo desde la teoría. Hablo desde la experiencia de haber criado, de haber fallado, de haber rectificado, de haber visto crecer.

Tener 57 años me ha dado algo que no se estudia: perspectiva. Saber que los momentos que hoy parecen definitivos, mañana pueden ser un recuerdo de cómo aprendimos a resistir.

Seguir aprendiendo cada día me mantiene vivo. No me creo maestro de nadie. Soy aprendiz constante. Pero aprendiz con cicatrices, no con apuntes.

Creer en el valor de hacer lo correcto, aunque no siempre sea cómodo.
No hablo de sacrificarse por sacrificarse, ni de sufrir porque sí.
Hablo de esa clase de esfuerzo que da sentido: el de elegir el paso que sabes que hay que dar, aunque a veces cueste más que quedarse quieto.
Porque la vida no se abre desde la comodidad. Se abre desde la decisión de actuar bien, incluso cuando incomoda.

Para quien lea esto

No vienes aquí a buscar salvaciones rápidas.
Vienes a encontrar un lugar donde lo vivido tiene peso, donde el esfuerzo no se olvida, y donde no hace falta empezar de nuevo para ser visto.

Aquí no se encienden fuegos.
Aquí se reconoce la ceniza:
lo que arde, deja huella, y sigue hablando cuando todo parece callado.

Eso es lo que vas a encontrar aquí.
Ni más, ni menos.