Había una casa vieja, al borde de un campo abierto.
Una noche, un rayo cayó cerca.
El fuego avanzó rápido: consumió muebles, ennegreció paredes, partió vigas.
Durante horas, el humo ocultó todo.
Cuando al fin llegó el amanecer, lo que había sido hogar parecía ruina.
Pero al acercarse, quienes miraban vieron algo distinto.
El tejado había cedido en partes, sí.
Las paredes estaban agrietadas, sí.
Pero los cimientos seguían firmes.
Y en una de las esquinas, una pequeña viga resistía, todavía anclada, como si se negara a caer.
No quedaba nada perfecto.
Pero quedaba algo real.
La gente del pueblo discutió qué hacer.
Algunos querían demoler todo y olvidar.
Otros querían levantar una casa nueva encima, como si el incendio nunca hubiera existido.
Pero unos pocos, los que conocían bien esa tierra, dijeron algo más sencillo:
“Quizá no hace falta esconder las cicatrices.
Quizá basta con limpiar el humo, reforzar lo que sigue en pie, y empezar de ahí.”
No sería igual que antes.
No sería una casa nueva.
Sería algo reconstruido.
Algo que, a pesar del fuego, había decidido no rendirse.
Esto forma parte de una trenza completa. Si quieres seguir tirando del hilo:
- CUANDO LA CASA ARDE
- Señales que gritan
- Qué hay debajo del incendio
- La casa que sigue en pie
- Un primer gesto posible
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